Así de rotundo parece ser el mensaje que el Ayuntamiento de Madrid transmite en su última campaña de publicidad contra el alcohol. No es un mensaje sutil, ni siquiera es original. Es la muestra de lo fácil que parece ser la vuelta atrás o la vuelta sobre lo mismo, pues alguno podríamos creer que la evolución intelectual de nuestra sociedad da para algo más.
El producto, por tanto, es muy obvio y su tendencia también: frases como "no coartastéis mi libertad", "me aceptastéis como soy", añaden un componente burlesco o acusador hacia tendencias educativas que se apoyan en principios más abiertos a la educación tradicional, más represiva, que es propia de épocas que vamos superando.
No me parece mal que un gobierno de un marcado signo haga un anuncio que refleja su propio carácter. Jugar a ser otra cosa tal vez sería más censurable porque parecería que nos quieren engañar o tomar el pelo, pero lo que sí me parece es que el resultado, como espectadora, me resulta rancio. Huelo un deseo de retorno a lugares comunes, trillados, desfasados, irreales.
Naturalmente que habrá razones para implicar a los padres en la educación de sus hijos y para exigirles responsabilidad y toma de conciencia, pero apelar al sentimiento de culpa y cargar con el lastre de los errores cometidos o por cometer no me parece el modo de educar, precisamente, a una sociedad en la que el adolescente o el joven acaba de recibir la mejor excusa para emborracharse: la responsabilidad de tu descontrol etílico no es tuya, es de tus padres.
Buena forma de madurar para todos, cuando los educadores son regañados y amonestados delante de los pupilos. Más dosis de paternalismo y tutela. Eso sí, dentro de la considerable inversión publicitaria que desarrollan Ayuntamiento y Comunidad de Madrid en horarios de máxima audiencia (aunque luego vean la paja en el ojo del vecino).
El producto, por tanto, es muy obvio y su tendencia también: frases como "no coartastéis mi libertad", "me aceptastéis como soy", añaden un componente burlesco o acusador hacia tendencias educativas que se apoyan en principios más abiertos a la educación tradicional, más represiva, que es propia de épocas que vamos superando.
No me parece mal que un gobierno de un marcado signo haga un anuncio que refleja su propio carácter. Jugar a ser otra cosa tal vez sería más censurable porque parecería que nos quieren engañar o tomar el pelo, pero lo que sí me parece es que el resultado, como espectadora, me resulta rancio. Huelo un deseo de retorno a lugares comunes, trillados, desfasados, irreales.
Naturalmente que habrá razones para implicar a los padres en la educación de sus hijos y para exigirles responsabilidad y toma de conciencia, pero apelar al sentimiento de culpa y cargar con el lastre de los errores cometidos o por cometer no me parece el modo de educar, precisamente, a una sociedad en la que el adolescente o el joven acaba de recibir la mejor excusa para emborracharse: la responsabilidad de tu descontrol etílico no es tuya, es de tus padres.
Buena forma de madurar para todos, cuando los educadores son regañados y amonestados delante de los pupilos. Más dosis de paternalismo y tutela. Eso sí, dentro de la considerable inversión publicitaria que desarrollan Ayuntamiento y Comunidad de Madrid en horarios de máxima audiencia (aunque luego vean la paja en el ojo del vecino).