Es frecuente encontrar situaciones en las que una persona se frustra porque "no le entienden", o en las que dos personas llegan a una incomunicación total fruto de algún malentendido que parece difícil de resolver. En muchos de estos casos no existía motivo importante para tal enfrentamiento o error de interpretación; es más, incluso en áreas en las que la comunicación juega un papel estratégico y un error de interpretación no nos resulta gratuito también puede darse una situación semejante.
¿Qué ocurre? ¿No sabemos comunicar? ¿Hay que repasar el discurso y encontrar argumentos renovados o cambiar el mensaje?
En muchas de estas ocasiones la solución no pasa por reformular el contenido ni tratar de explicarse de otro modo, ya que el motivo de esta dificultad para entenderse reside en la CARGA EMOCIONAL DEL MENSAJE.
Solemos prestar atención al componente racional de nuestro discurso: qué decimos, cómo lo articulamos, qué argumentación exponemos y qué palabras e incluso tono vamos a adoptar para realizar una perfecta intervención. Sin embargo en todos los actos comunicativos hay una parte importante de contenido que no gestionamos con estos recursos racionales: se trata de la carga de sentimientos y emociones que nos acompañan al transmitir nuestra idea, o que el interlocutor recibe junto a nuestro mensaje, bien porque interpreta en clave emocional los sentimientos que percibe, o bien porque los suyos propios interfieren al recibir lo que le estamos comunicando.
La carga emocional del discurso se hace llegar al oyente a través de los elementos de comunicación no verbal (los gestos, la postura, la mirada...) pero también están presentes en el tono de la voz, las palabras escogidas y el mensaje que elaboramos. La misma idea puede ser expresada con unos términos o con otros. Y esta elección de elementos condicionará enormemente la comprensión que el oyente pueda hacer de la idea que nos ocupa.
Sería imposible realizar actos comunicativos en los que tuviésemos un domino absoluto de la carga emotiva que acompaña a nuestros mensajes pero sí es importante ser consciente de ello cuando queramos utilizar la comunicación con un objetivo concreto.
Para las profesiones con necesidad de dominar la comunicación estratégica, recomiendo que de vez en cuando se realice algún ejercicio de análisis de estas habilidades: grabarse en video, hablar y pedir a otro que nos transmita un feedback completo de las impresiones emocionales que ha recibido, etc.
Las situaciones más graves (aquellas en las que nos encontramos con la frustración de un malentendido) es conveniente que las tratemos de reconducir, especialmente si observamos que nos ocurre con frecuencia con un mismo interlocutor o con un mismo tema. Es necesario saber qué ha interpretado el otro, a pesar del objetivo inicial con el que yo he construido mi discurso. Puede que me encuentre con elementos comunes que impregnan mis mensajes habitualmente debido a la actitud emocional dominante que me afecta: hay quien transmite en sus mensajes una actitud preventiva de "defensa", o quien deja claro que su idea no es realmente válida y empequeñece su credibilidad. También hay quien desarrolla una comunicación que se percibe agresiva, y puede generar recelo en el oyente. Hay cualidades de un mensaje que pueden confundirse: firmeza por imposición; entusiasmo por impaciencia; dinamismo por descontrol...
En estos casos el mayor obstáculo comunicativo tiene lugar cuando se percibe incoherencia entre el mensaje y la caraga emocional que lo acompaña. En tal caso, no solo estamos transmitiendo una idea diferente a la que queremos comunicar, sino que el receptor percibe contradicción y generamos desconfianza.
Os recomiendo hacer el juego de entablar un diálogo con un compañero, tratando de transmitir una idea propia, un pensamiento importante, concentrándonos en argumentar el fundamento del mismo, para luego pedir a la otra persona que identifique y nos enumere las sensaciones y emociones que ha percibido en nuestro mensaje, y que han activado los suyos propios. Podéis encontraros con grandes sorpresas.
¿Qué ocurre? ¿No sabemos comunicar? ¿Hay que repasar el discurso y encontrar argumentos renovados o cambiar el mensaje?
En muchas de estas ocasiones la solución no pasa por reformular el contenido ni tratar de explicarse de otro modo, ya que el motivo de esta dificultad para entenderse reside en la CARGA EMOCIONAL DEL MENSAJE.
Solemos prestar atención al componente racional de nuestro discurso: qué decimos, cómo lo articulamos, qué argumentación exponemos y qué palabras e incluso tono vamos a adoptar para realizar una perfecta intervención. Sin embargo en todos los actos comunicativos hay una parte importante de contenido que no gestionamos con estos recursos racionales: se trata de la carga de sentimientos y emociones que nos acompañan al transmitir nuestra idea, o que el interlocutor recibe junto a nuestro mensaje, bien porque interpreta en clave emocional los sentimientos que percibe, o bien porque los suyos propios interfieren al recibir lo que le estamos comunicando.
La carga emocional del discurso se hace llegar al oyente a través de los elementos de comunicación no verbal (los gestos, la postura, la mirada...) pero también están presentes en el tono de la voz, las palabras escogidas y el mensaje que elaboramos. La misma idea puede ser expresada con unos términos o con otros. Y esta elección de elementos condicionará enormemente la comprensión que el oyente pueda hacer de la idea que nos ocupa.
Sería imposible realizar actos comunicativos en los que tuviésemos un domino absoluto de la carga emotiva que acompaña a nuestros mensajes pero sí es importante ser consciente de ello cuando queramos utilizar la comunicación con un objetivo concreto.
Para las profesiones con necesidad de dominar la comunicación estratégica, recomiendo que de vez en cuando se realice algún ejercicio de análisis de estas habilidades: grabarse en video, hablar y pedir a otro que nos transmita un feedback completo de las impresiones emocionales que ha recibido, etc.
Las situaciones más graves (aquellas en las que nos encontramos con la frustración de un malentendido) es conveniente que las tratemos de reconducir, especialmente si observamos que nos ocurre con frecuencia con un mismo interlocutor o con un mismo tema. Es necesario saber qué ha interpretado el otro, a pesar del objetivo inicial con el que yo he construido mi discurso. Puede que me encuentre con elementos comunes que impregnan mis mensajes habitualmente debido a la actitud emocional dominante que me afecta: hay quien transmite en sus mensajes una actitud preventiva de "defensa", o quien deja claro que su idea no es realmente válida y empequeñece su credibilidad. También hay quien desarrolla una comunicación que se percibe agresiva, y puede generar recelo en el oyente. Hay cualidades de un mensaje que pueden confundirse: firmeza por imposición; entusiasmo por impaciencia; dinamismo por descontrol...
En estos casos el mayor obstáculo comunicativo tiene lugar cuando se percibe incoherencia entre el mensaje y la caraga emocional que lo acompaña. En tal caso, no solo estamos transmitiendo una idea diferente a la que queremos comunicar, sino que el receptor percibe contradicción y generamos desconfianza.
Os recomiendo hacer el juego de entablar un diálogo con un compañero, tratando de transmitir una idea propia, un pensamiento importante, concentrándonos en argumentar el fundamento del mismo, para luego pedir a la otra persona que identifique y nos enumere las sensaciones y emociones que ha percibido en nuestro mensaje, y que han activado los suyos propios. Podéis encontraros con grandes sorpresas.
[photo © Sarah Klockars-Clauser for openphoto.net CC:Attribution-ShareAlike]
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