Pilar Urbano redondea su especialización como biógrafa de la Reina Sofía publicando un nuevo libro sobre su vida. El País publica un extracto de las declaraciones que la Reina hizo a la periodista, y me encuentro con que el tradicional "no posicionarse" de la Monarquía ante temas sociales o políticos controvertidos, se deja a un lado, rompiendo una lanza en favor de determinadas posturas tradicionales que puedo entender que correspondan a quien representa a una institución obsoleta, pero que me cuesta leer porque me resulta gratuíto y descompensado.
Las palabras de la Reina sobre el matrimonio gay son las que puedes escuchar en cualquier foro ciudadano en boca de quienes no son partidarios del mismo (es decir, no encuentro tampoco argumentación, razonamiento o justificación de su postura, tal vez porque no los tiene):
Puedo comprender, aceptar y respetar que haya personas con otra tendencia sexual, pero ¿que se sientan orgullosos por ser gays? ¿Qué se suban a una carroza y salgan en manifestaciones? Si todos los que no somos gays saliéramos en manifestación... colapsaríamos el tráfico. Si esas personas quieren vivir juntas, vestirse de novios y casarse, pueden estar en su derecho, o no, según las leyes de su país: pero que a eso no lo llamen matrimonio, porque no lo es. Hay muchos nombres posibles: contrato social, contrato de unión".
Sin embargo, líneas antes reconocía su propia autocensura al negarse a entrar en determinados debates, obligada por el rigor de su papel:
"La Reina tiene menos libertad de expresión que tú", contesta a la periodista.
Me pregunto, ¿por qué en el tema del matrimonio gay no rige esta misma prudencia y se calla? El matrimonio gay es legal, el Estado lo ha aprobado y ella representa al Estado. ¿Cuándo toca dar su opinión "como mujer" y cuándo "como Reina"? Pilar Urbano y los cronistas de la monarquía española suelen disfrutar de lo lindo cuando el contexto les permite asistir a la "humanización de lo monárquico" o a la "monarquización de lo humano". Pero se pierden en sus propios cambalaches.
Admiran que la monarca se quede callada apelando a su férreo adiestramiento para sonreír aunque le claven alfileres bajo las uñas, pero luego aplauden cuando los señores se sueltan la melena y opinan, mezclan su mortal esencia con su porte divino y enturbian el paisaje que afortunadamente sí ha avanzado gracias, precisamente, a esta "libertad de opinión" que abiertamente cuestiona Doña Sofía en sus comentarios; a pesar de que hablamos de libertades conquistadas gracias a la transición que ha sostenido su particular figura, revalorizada a todas luces por haber practicado el silencio los anteriores 70 años. Ahora se destapó la urna y lo que vemos es la cruda realidad:
Porque en todo esto, como en las caricaturas, los chistes o las críticas delante de un micrófono, lo difícil es atreverse a hacerlo por primera vez. Pero en cuanto alguien ha roto un tope... ¡ancha es Castilla!
Lo más desagradable es cuando el que critica tiene mala baba, y se le notan las ganas de hacer daño. ¡Buaj! Luego está el fenómeno de la imitación, el contagio. Pero bueno, ya los conocemos: son los mismos. Y volvemos a lo de siempre: libertad de expresión, ¡sagrada libertad de expresión!"
Sencillamente inoportuno y agradable: vemos la punta del iceberg de un sistema que empieza a pudrirse a nada que exijamos de esta institución algo más que paseos en carroza y desfiles de moda.
(La foto es de EFE)