Hoy, lunes, cuesta poner en marcha la semana. Lo primero que se despierta es la rutina y gracias a estos patrones repetidos podemos seguir adelante con el simulacro de haber entrado ya en materia, aunque nuestro cerebro nos siga con horas de retraso.
A mí me cuesta dejar atrás dos días de actividades diversas, estimulantes y motivadoras pero, por eso mismo, capaces de alterarme. No me dejan pasar al estado de conciencia más llevadero, el cómodo, el que ahorra energía y el que puede no pensar mucho. Por eso me cuesta entrar en el lunes. Me cuesta volver a dejar de ser yo.
En nuestras charlas de lunes sale a relucir eso mismo, el fin de semana. Qué hemos hecho para sentirnos más "nosotros mismos". Es curioso compartir vulgaridad en nuestras facetas más personales: no somos tan distintos.
Coincido con un compañero de trabajo en hablar de cine. Yo vi 'Un hombre soltero' (de Tom Ford, basada en la última novela de Christopher Isherwood) con mi adorado Colin Firth, y la sugerente Julianne Moore. Me gustó la cadencia de la historia. Su mensaje sencillo. Sus detalles y símbolos casi estáticos pero tan sugerentes. Todo es estético en esta historia: fotografías; galería de señales; evocación y un tono agridulce, más amargo que empalagoso, y más nostálgico que hiriente.
Y la gracia es que estuvimos en el mismo cine. Casi a la misma hora. Y lo hemos descubierto por quejarnos los dos del timo que ofrece el Renoir de Princesa, cobrando una entrada completa (un pastón) por una butaca en la sala 4 de los cines: ridícula, con solo 8 filas mal dispuestas (las primeras butacas de la fila 8, casi en la puerta de entrada) y una pantalla, como dice él: "De las de tele de rico". Pues eso, una pantalla minúscula a la que mirar como si estuvieses tirado en la cama.
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