Lo estoy intentando y no lo consigo. El último libro de Almudena Grandes se me atasca. Me niego a aceptarlo porque Almudena siempre fue un recurso cómodo: extensas novelas con una buena dosis de emotividad bien gestionada, lugares comunes que se convertían en rincones propios, una innegable capacidad para generar empatía con personajes coherentes, rotundos y excesivamente humanos. Sin embargo, Corazón helado se ha convertido en un puré grumoso que me lleva a dudar todo este tiempo que dura la lucha de mi capacidad actual para asimilar historias. ¿Me estoy volviendo demasiado lineal? ¿No le echo ganas? ¿No le estoy dedicando disponibilidad? ¿No estoy receptiva?
Se me atasca: CORAZÓN HELADO, de Almudena Grandes
Siempre he oído (y creo que en silencio también lo defiendo) que cuando una lectura se atasca es mejor cerrar el libro y cambiar de opción. Más adelante surgirá el flechazo o encajarán los biorritmos personales con los que desprenden las letras. Sin embargo me resisto a cambiar de tercio. En las doscientas y pico páginas que he avanzado hasta el momento sí reconozco a la Almudena Grandes que contagia su entusiasmo, atracción y rechazo por cada una de sus criaturas. Las historias son redondas. Los personajes vuelven a apañárselas solos para transmitirte sus rasgos mentales, físicos y emocionales. El autor se esfuma y habla la novela. Pero a mí este texto compuesto de muchas partes sin hilar no me está diciendo nada.
Me anticipo y estoy segura de que el meollo de la cuestión está unas páginas más adelante. Sé que en estos itinerarios casi cósmicos de la autora la acción principal puede no tener lugar hasta que no hayamos superado el montoncito de las 300, pero es que no sé si tiene sentido avanzar sin brújula en esta acumulación de datos biográficos: está la historia presente, con padre fallecido, una vida oculta que le cae por sorpresa a uno de sus herederos y unos personajes que se repiten en las historias paralelas: narraciones de infancia, de guerra y posguerra, de vivencias arrastradas y transformadas en la actualidad que nos describe cómo el protagonista trata de reconstruir la personalidad y biografía de su padre, una figura bien ubicada para sus hijos, predecible para su entorno y que sin embargo resulta todo un conjunto de recodos por explorar.
Los nombres se acumulan. Las familias habitan el Madrid del enfrentamiento civil, la resistencia y la derrota. Otras familias (¿o son las mismas?) desgranan lo desapacible del exilio. Niñas dóciles que luego aparecen como mujeres, potentes e imponentes. Pasados que pesan y pasados que se esfuman, que vuelven a aparecer y reconstruyen figuras. Demasiada agitación en los flashbacks y pocas pautas para el lector.
Cuando leo Corazón helado (aún no me he atrevido a abandonarlo) no dejo de pensar que Almudena ha escrito esta novela para sí misma. ¿Acaso no hay mejor ejemplo de la libertad creativa de un autor?, ¿o no conectar es síntoma de haberse engrandecido y olvidado a sus lectores? No estoy capacitada para sacar conclusiones. No sin terminar la lectura. No sin saber en qué punto el libro se redondea y cobra una forma menos desintegrada. Estoy ansiosa por percibir la unión de las partes. La interacción de sus componentes, cuando, como ella bien afirma y transmite en sus páginas, no se ignoren entre sí.
Avancemos, pues. Se agradecen pistas.
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