La vida en un barrio residencial del centro de Inglaterra puede esconder un vacío aplastante para sus habitantes, en cuanto se paran a pensar sobre lo que buscan en la vida y en lo que han convertido su realidad cotidiana. En "Arlington Park", Rachel Cusk disecciona los sentimientos y reflexiones de varias mujeres atrapadas en esta existencia plácida y aparentemente satisfactoria, pero capaz de convencer a sus protagonistas de que han construido ellas mismas la jaula de oro de la que ahora no pueden huir.
Se trata de vivencias insignificantes: la rutina del cuidado de los niños, los lazos que establecen entre ellas (triviales, superficiales, muy ajenos, muy distantes y vacíos), las contradicciones entre sus deseos reales y los oficiales, manifiestos y perseguidos... En realidad, toda la novela es un caótico diálogo entre estas mujeres y su esencia más profunda y lejana. Una voz muda para cada una de ellas que las iguala a todas pero que mantiene la fuerza de la individualidad, ya que se trata de lo más íntimo, lo que aún las conecta con la persona que siempre quisieron ser, en la que no se reconocen ahora pero cuyo recuerdo les devuelve parte de esta identidad alterada por el paso del tiempo.
Las conversaciones que cada una establece consigo misma se exhiben de un modo crudo, desapasionado y árido. Quizás sea este tono apagado que ilustra la frustración el rasgo más peculiar del relato, iluminado tenuamente por el brillo de lucidez que se atisba tras sus voces más íntimas. Creo que ésta es la razón de ser de la novela: todas ellas se cuestionan; todas ellas se atreven, de algún modo, a desafiar levemente el status quo de su perfecto ecosistema, aunque sea mediante gestos insignificantes como cortarse el pelo, pasar una mañana de compras o arruinar la esperada perfección del papel de anfitriona.
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