Leer a Primo Levi era una de mis asignaturas pendientes. Se trataba de una referencia constante, ya que 'Si esto es un hombre' es uno de los testimonios más valiosos sobre una realidad sobrecogedora y brutal, uno de los episodios de la historia de la humanidad que jamás debería ser olvidado porque su recuerdo es la señal de alarma que nos advierte sobre el alcance de nuestra capacidad de dañar.
El planteamiento de Levi es la clave de una aproximación al tema audaz y concreta porque va más allá del juicio o la denuncia de algo atroz. El autor se hace una pregunta que trasciende el horror físico y nos ofrece una cara particular de la magnitud de esta crueldad: ¿cuándo un hombre deja de serlo? ¿Qué es aquello que nos define más allá de nuestra simple existencia física? ¿Qué hay de muerte en la vida alienada y arrebatada, en tanto en cuanto se transforma a una persona en un individuo sin identidad, razón de ser, dignidad o conciencia? Él parte de esta reflexión para narrar su experiencia en el campo de Auschwitz. Tiene la capacidad de evocar el estado de consciencia que acompañaba a los prisioneros en un mundo que parecía completamente apartado de la realidad. Un grado de lucidez que le permitió ser testigo del horror que nadie fuera parecía saber que estaba ocurriendo y que da origen a esta línea de pensamiento sobre la relatividad del bien y el mal (la 'banalidad del mal' que formuló Hannah Arendt).
Primo Levi describe cómo funcionaban los seres humanos en un contexto en el que el orden conocido cedió el paso a una estructura completamente alienada, formada por personas anuladas y donde la supervivencia dependía de comportamientos adaptados y de un orden interno que se crea precisamente partiendo de la situación de anulación de la que son objetos los prisioneros. Las claves para la resistencia mental, tanto como para la resistencia física, son ideas que Primo Levi aborda continuamente en su descripción de este infierno personal, en el que él pudo sobrevivir gracias a pequeñas dosis de suerte (en estas circunstancias lo anecdótico podía marcar la diferencia entre vivir o morir) y a que fue trasladado a un campo auxiliar de trabajo en el que trabajaba aplicando sus conocimientos de químico. Aún así, lo evidente en su relato es que la diferencia entre tener una mínima ventaja o desventaja podía ser algo puntual que te permitiese resistir un día más y precisamente por ello, la relación entre los propios prisioneros estaba basada en esta lucha interna por resistir, contribuyendo más aún a la figura alienada del hombre de la que Levi es fiel testigo.
Para mí esta es la faceta más impactante del relato: me llama la atención cómo el comportamiento humano adapta sus niveles de exigencia ética o moral dependiendo del contexto. Cómo la opresión vuelve a la víctima más dura aún con su compañero de tormento que contra el verdugo. Cómo el ingenio genera recursos para sobrevivir entre la barbarie y cómo la desigualdad se impone incluso e medio de una masacre aparentemente homogénea.
Duele mucho leer un texto en el que la humanidad sale tan malparada. Avergüenza y te modifica porque aprendes que el ser humano es capaz de arrebatar a sus iguales esta cualidad máxima que nos distingue. Pero creo que el objetivo del autor al revivir estos hechos no es insistir en el pesimismo o el horror, sino asentar un faro que ofrezca algo de visibilidad ante los límites que jamás deberían sobrepasarse. Precisamente el hecho de saber que son franqueables nos haga comprender que rebasarlos o no se convierte en una cuestión consciente, que no podemos dejar de lado. En este sentido, el libro actúa poniendo ante la realidad el ojo de una tercera persona como vehículo para evitar que algo así vuelva a existir, ya que una mirada externa al interior de tan elevada enajenación rompe el equilibrio de una conducta que jamás debería ser comprendida.
Nos debemos asegurar, por tanto, que siempre exista esta mirada y que no se sustraiga ninguna realidad al ojo colectivo que pueda exigir respeto a los derechos básicos del ser humano.
lunes, 30 de marzo de 2009
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