Las nuevas tecnologías facilitan la comunicación. La llevan a todas partes. Es estupendo. Abren miles de canales y nos convierten en prolíficas fuentes y sedientos receptores de contenido. Se termina el eterno esquema EMISOR-MENSAJE-RECEPTOR y desordenan un poquito las teorías, que es algo que siempre viene bien para que dejen de oler rancio y se cuestionen todos los que hasta ahora sabían.
Establecer un debate grandilocuente sobre si esto es bueno o malo me parece un tostón. Abrir, exponer, facilitar... Siempre será positivo. Pero la cuestión tal vez no deba ser esta, al menos no es la que a mí me interesa. De momento me atrae más observar qué grado de adaptación existe entre nuestro comportamiento natural y las herramientas nuevas con las que dar salida a estas ganas de contar cosas. Dónde chocamos. Dónde poner el ojo para no dejarnos adulterar en exceso, porque por mucha tecnología que nos soporte, nos sostenga y nos abrume, no creo que el medio deba superar al mensaje. Al menos, no en la comunicación más directa.
Y esto me lleva a poner un ejemplo reciente y cercano: tengo una familiar, pongamos que se llama Elvira. Elvira es una chica plenamente integrada en el mundo digital. Sabe programar, diseñar, navegar, surfear, blogear, chatear y además es culta, formada, licenciada, doctorada y masterizada. Elvira ha sido madre hace poco y, como no podía ser de otra forma, enseguida ha desarrollado teorías para sustentar su método de crianza. Para algo que le pilla de nuevas, ella ya ha avanzado tres vidas, gracias a las ayudas digitales que lo aceleran todo. Ahora Elvira participa activamente en foros para opinar, aconsejar, desahogarse, cuestionar, intercambiar y exponerse.
Yo a Elvira la veo poco. Ni siquiera comunicamos por email. Como suele ocurrir, sé de ella por otros miembros más activos de mi familia. Pero en una ocasión, de oca a oca porque Google me lleva, encontré su nick en un enlace que me llevó a un post que pertenecía a un foro que formaba parte de una página web sobre temas infantiles.
La experiencia fue divertida, porque sin haberlo imaginado, el mundo virtual demostró ser un pañuelo y acabé teniendo un acceso directo a toda la información que hasta el momento apenas eran comentarios de mesa camilla: cómo fue su vida, cómo fue su infancia, cómo es su trabajo, cómo fue su embarazo, cómo fue su parto, qué siente ella hacia su madre, qué siente hacia la familia... Ufff. Demasiada información.
Fue divertido sobre todo acceder a una forma de expresión completamente impúdica: no tenía reparo en exagerar determinadas facetas de su vida (como hacemos todos cuando narramos nuestra biografía a terceras personas), ni ponía límites a la capacidad para desgranar comentarios sobre su trabajo, sus padres, su marido... La lectura, confieso, fue un ejercicio brutal de reflexión para mí porque en todo momento me surgía la duda: ¿y si esto lo lee "cualquiera"? Y por "cualquiera" me refiero a personas, no cotillonas como yo, sino a alguien que tenga otro tipo de relación con ella: ¿un jefe? ¿un compañero de trabajo?¿un contacto profesional?
Mi amiga no es nada tonta, así que entiendo que este ejercicio de liberación lo ha hecho de manera consciente. Porque ha participado en un foro libre, donde ha encontrado amigas con las que compartir asuntos tan personales como estos. Pero ¿hasta qué punto somos todos conscientes del alcance que puede tener nuestra múltiple presencia multicanal y polifacética?
Un excompañero de trabajo tenía el vicio de teclear en 'Google' el nombre de cualquier nueva incorporación a nuestra empresa. Era su modo de rastrear el perfil digital del nuevo. Yo he podido leer la biografía adulterada de una persona cercana que se ha presentado así a sus nuevas amigas, supongo que sin tener en mente que esta personalidad digital suya tendría que encajar en la personalidad real que la sustenta.
¿Qué grado de distorsión nos podemos permitir con la ayuda de la red? ¿Y qué precauciones debemos adoptar para seguir gestionando nuestro perfil más humano, el personal, el que no está ordenado ni es unilateral?
Si la red nos va a radiografiar y nos va a proyectar sin segmentar bien los compartimentos en los que nos movemos, ¿no deberíamos adquirir nuevos hábitos o una toma de conciencia activa ante esta nueva dimensión de nuestra expresividad?
Que conste que no me alarmo porque Internet nos vaya a restar intimidad. Eso está superado: la intimidad es lo que tú mantienes en este círculo privado. Mi interés es comprender hasta qué punto somos conscientes de cómo queremos comunicar quién somos. Y a quién queremos darle la llave.
Añadido (24/03/09): Artículo EL PAÍS
Imagen // blogs corporativos
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