Cuando recibí la publicidad del ‘Club de lectura’ de La buena vida, me entró curiosidad por comprobar en qué consistía y si me podía aportar algo participar en un grupo de este tipo. La verdad es que con mis lecturas me ocurre algo que en ocasiones me desespera y en otras me avergüenza… Olvido muchísimas cosas. Hay libros que me marcan, y ahí quedan, pero hay otros que leo con intensidad, los disfruto, y en cuanto pasa el tiempo se convierten en una maraña difusa de ideas, que me cuesta recuperar si no tengo claves o recursos para ello. La herramienta más básica que puse en marcha hace un año y medio para acordarme de lo que leo fue tener un cuaderno. Es solo para mí, como apuntes para recordar lo que he leído. Congelo mis impresiones mediante la reseña más doméstica y poco exigente de cuantas se pueden escribir. A él recurro para orientarme y saber qué leí antes de qué otro libro y cuál no he podido incluir aún a pesar de que lo tengo previsto con impaciencia (¿os he hablado de lo que me gusta hacer listas?).
La idea del club de lectura se me antojó, por lo tanto, interesante y me recordó la idea de mi amigo Rafael Cid cuando me dice que cuando se lee un libro éste pertenece al lector; la historia cambia y se convierte en lo que el receptor ha percibido. Me pareció la excusa perfecta para saber cómo se comparte un libro con otra gente. Y allí fui.
Escogí el ciclo de Narrativa actual por una razón peregrina: uno de los libros escogidos lo tenía ya en mi estantería como una de las lecturas con las que me apetecía estrenar el año. Sería una buena ocasión para afrontar esta experiencia con este nuevo matiz.
Al moderador no le conocía y de hecho le confundí con otra persona. Debí leer varios blogs sobre reseñas literarias en esas fechas y en mi cabeza tenía la imagen de un señor mayor y de bigote, nada mas alejado de la realidad. Poco después de iniciar la primera sesión me repetía a mí misma que me sonaba mucho su cara. Resultó que era vecino de mi barrio y leyendo su perfil vi que incluso tenemos contactos comunes en la revista El Duende de Madrid. Su papel es fundamental para encauzar el debate y creo que lo hace francamente bien. He leído comentarios suyos en Internet con los que no estoy muy de acuerdo, pero eso no le quita mérito y capacidad para la tarea que nos ocupa. Arroja luz sobre muchos aspectos que, de no tener estas claves, se me pasarían por alto, y tiene suficientes referentes como para que los debates que iniciamos los asistentes puedan tener desarrollo y el encuentro resulte espontáneo.
Pero sobre todo ha sido el grupo lo me ha parecido completamente enriquecedor. No he sido capaz de memorizar ninguno de sus nombres y no siempre acudimos los mismos. Cinco sesiones son muy poquitas para tomar conciencia de sus personalidades y de lo que podemos intercambiar, pero me sirve para darme cuenta de que compartir la lectura le da otro tono, activa ciertas reflexiones que por mí sola habría sido incapaz de iniciar y me permite observar otros puntos de vista.
La organización por parte de la librería es buena, como todo lo que hacen. Aunque creo que esta idea se podría haber explotado comercialmente con algún otro valor añadido: un precio más económico incluyendo la compra de los 5 ejemplares en cuestión; de este modo el coste global para el asistente no sería tan alto y la librería se aseguraría las ventas de los libros a cambio de una reducción en la cuota, o bien incluir una consumición por cita. Esta reflexión sobre la parte comercial la hago porque de entrada no sé valorar si el precio es adecuado o es caro (50€ por el ciclo completo), ya que la experiencia resulta difícil de mantener más allá de este experimento. Supongo que con esta cantidad se paga la organización y al profesional. Realmente una clase de cualquier disciplina hoy en día no te sale por menos de 12-15 euros, así que desde este punto de vista debo pensar que no es realmente excesivo (pues resulta a 10€ la “clase”). Pero cuando lo he comentado con algún amigo sí que me han dicho aquello de: “Ufff. Es algo caro, ¿no?” A lo mejor estamos ante esta situación tan común por la que nos cuesta valorar determinadas tareas a diferencia de otras, que creemos que sí valen lo que pagamos.
Yo, de entrada, no me arrepiento del gasto efectuado. La experiencia me ha gustado y he podido leer de otro modo. Solo voy a participar en la lectura compartida de tres libros, porque hay dos de ellos que no me han motivado y mi agenda se ha complicado un poco algunas semanas. Los cinco propuestos son los siguientes:
Proyectos de pasado, Ana Blandiana (Periférica)
El sendero del bosque, Adalbert Stifter (Impedimenta)
En lugar seguro, Wallace Stegner (Libros del Asteroide)
Agua, Torgny Lindgren (Nórdica)
Ágape se paga, William Gaddis (Sexto Piso)
Y yo he leído los tres primeros. De todos me quedo con la novela final. La que yo ya había elegido y quería leer por encima de todo. La de la editorial cuyos proyectos más me atraen (de las cinco editoriales del grupo CONTEXTO que forman parte de esta iniciativa): Libros del Asteroide.
De los comentarios de mis compañeros me quedo con aquello que dijo uno de ellos al comentar la lectura complicada de los relatos de Ana Blandiana: “el peligro de lo simbólico es que tú lo puedes hacer todo lo grande que quieras, según el valor que le des a la idea”. También con el gusto de otro de los compañeros por leer en alto los pasajes que más le impresionan y por el jugo que le sacamos todos a la historia sencilla de “El sendero en el bosque”.
Ojalá surjan más iniciativas como ésta, más extensivas (un libro al mes, durante un año entero) y con diferentes temáticas o géneros. No sólo narrativa y con más presencia de autores españoles.
domingo, 12 de abril de 2009
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