Llego a este título, como anticipaba en la última reseña, motivada por las constantes referencias que se hacen en: El cuento número trece, de Setterfield, homenaje a la novela inglesa del siglo XIX.
En este clásico de Wilkie Collins descubro, no solo el placer de una lectura redonda, sino el filón de un género y un autor al que quiero explorar y disfrutar.
La novela, densa, trabajada, reflejo fiel de una época y sus costumbres, va desgranando de principio a fin la historia de un misterio, una traición, un profundo amor y una búsqueda denodada de justicia, en la que toman protagonismo aspectos característicos de la época como el honor, la lealtad, la reputación y la diferencia de clases.
El protagonista, Walter Hartright, es un profesor de dibujo que acude a dar clases a dos hermanas, sobrinas de un terrateniente de Cumberland. Antes de partir tendrá un encuentro enigmático con una misteriosa mujer de blanco, cuya presencia le acompañará inesperadamente hasta su nuevo destino.
A partir de esta convivencia con las dos jóvenes, el profesor se verá atrapado por un vínculo que le une a ellas y que le llevará a defenderlas a pesar de las circunstancias adversas y la dificultad añadida de su diferente posición social.
La narración de Collins se expone a modo de testimonios complementarios entre los distintos personajes de la historia. Este juego de voces múltiples es una evidencia más de la mano magistral de Collins, que no sólo atrapa al lector con su narración sino que lo hace a través de personalidades bien construidas, coherentes y veraces.
Disfruté con La mujer de blanco en mis vacaciones de verano. No creo que pueda darse contexto mejor para haber sucumbido de manera relajada a este hallazgo. Creo que es una perfecta compañía para quien busca el placer de abandonarse en los brazos de una gran novela. Un gusto, desde luego. Un verdadero gustazo.
domingo, 21 de diciembre de 2008
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