martes, 20 de mayo de 2008

Campaña de imagen sobre la familia real

letiziaA muchos nos parecía fácil deducir que la campaña de lavado de imagen de la princesa Letizia en la prensa (en pleno apogeo este domingo) no era accidental, al coincidir sus 4 años de “oficio” con el fenómeno mediático que ha supuesto la demanda y posterior juicio de su hermana en defensa de su derecho a la intimidad. Otras voces más avispadas me sugieren que no, que el hecho es pura casualidad o puro contexto, que, no obstante, refuerza la necesidad de poner de manifiesto las virtudes de nuestra futura reina como parte de una política comunicativa orquestada por los estrategas de este sistema reinante.

Sea como fuere, el hecho es que escoger una cifra tan mermada e insignificante como estos 4 años para hacer sonar bombos y platillos en la apresurada valoración de su trayectoria pone de manifiesto, a todas luces, que la Casa Real lo necesitaba. Y creo yo que sí, que mucho. Pero sigo sin vislumbrar un fenómeno planificado y bien dosificado, pues el aspecto final que les ha quedado es de chapuza improvisada, o al menos es lo que se deduce al leer los artículos que publicaban este domingo El País y El Mundo por lo cutre y lo malo de su estilo y contenido.

El artículo de El País es un texto escrito a la desesperada, por un periodista de poco renombre y, deduzco, documentado con la retórica de Hola. No puede explicarse de otro modo la introducción de frases como:

“… bucólico decorado de ciervos y encinas…”
“… ha aguantado todo por amor…”


Ya en esta última frase el redactor les hace la pascua a los líderes pensantes de la Casa Real, pues no oculta ni niega la mayor: a la Princesa se le ha atragantado el cargo. Claro que esto último es razonable y lo más humano de la noticia: ¿cómo va a adaptarse sin problemas una persona normal a un modo de vida que contradice el sentido común a la par que los fundamentos básicos de los derechos humanos (la igualdad de todo individuo por su nacimiento)? Digo yo que asumir que el proceso lleva su esfuerzo no sería pecar de hereje y tal vez facilitaría que realmente esta monarquía que muchos vemos como un mal menor pudiese efectuar algún giro hacia esos aires futuros que ellos mismos no terminan de ver claros.

Hay otras intervenciones mucho mejores por parte del afanado redactor que cayó presa del fervor literario. Por ejemplo cuando dice aquello de “Letizia Ortiz no salió a cazar un príncipe”. ¡La madre que lo trajo! Aquí la pobre princesa debe estar ya tirándose de su regia melena. ¿Pues no conoce este humilde periodista la famosa sentencia: Excusatio non petita…? Amigo, no redima a priori a Su Alteza que es el mejor modo de condenarla.

También me gusta mucho cuando el furor de este colega le lleva a caer en contradicciones sonadas, que aportan demasiada ligereza a la posible y seria reflexión que podría (y debería) hacerse sobre el papel de la monarquía, sus representantes, perfiles, presente y porvenir:

“… un trabajo atípico. No existe ley, estatuto, tradición, costumbre o práctica que lo regule…”

Alabado sea el Señor. Resulta que hemos dotado a la nueva princesa de un albedrío sin límites para que espontáneamente improvise su desempeño de una función regulada, cuanto menos, por nuestro orden constitucional. Por no hablar de la parrafada siguiente donde el bueno de Rodríguez nos suelta:

“… la Reina puso manos a la obra. Haría de ella una princesa…”

Hombre, digo yo que ahí, cuanto menos, domina la tradición, práctica o tutela, que tanto celebra el mismo periodista en tantas partes del texto en las que alaba la obediencia y sumisión de nuestra Letizia.

En contenidos más triviales también cae el redactor en esta tendencia suya a los despropósitos:

“… presentadora del telediario de mayor audiencia. Una cara conocida. De moda…”
“… ella, que nunca supo posar…”

Pues aquí nos hemos estrellado, pues si a la muchacha se nos la presenta como una profesional en la cúspide de su carrera mediática y televisiva, luego no encaja que la percibamos como una acomplejada y tímida jovencita que se turba ante las cámaras.

En fin, el artículo está tan lleno de momentos similares que merecen la pena leer sólo por comprobar cómo se ponen los pelos como escarpias al intuir que la opinión pública se quiere manejar con semejante falta de trabajo y capacidad.

Yo entiendo la necesidad de difundir determinado mensaje por parte de una institución que vislumbra principios de crisis. Veo sensato que cada cual defienda lo suyo, y lo veo legítimo. Pero también creo que en la sociedad española el debate sobre cuestiones monárquicas se merecería, cuanto menos, y precisamente a favor de su propia solidez de imagen, un contenido y un estilo más maduros, más sensatos, tocando aspectos clave que no sean si la princesa está triste o si la princesa gusta a pesar de su nariz imperfecta o su extrema delgadez. Combatir el miedo a una pérdida de popularidad de los representantes de la Corona con parrafitos mal elaborados con material lacrimógeno, sensiblero y sin fundamento, es pretender que el nivel intelectual de la crítica se quede en este bajo fondo y no haya más que hurgar un poquito en las vísceras para recolocarlas.

Si en esta crítica falta incluir algo sobre el artículo de El Mundo, lo abordaré de pasada, por el menor respeto que me merece la figura de Urdaci como comentarista de nada sostenible (respeto que, por el contrario, más allá de su mal estilo sí me inspira el periodista de El País). Señalaré, por lo tanto, una única perla como prueba de que en el caso del amigo de Letizia no es necesario añadir más. Dice Urdaci que el pueblo español entiende que ser mujer y princesa no son funciones contrapuestas. Y digo yo que sin saberlo tenemos un portavoz nacional que no precisa de encuesta o referéndum. Él solito se las apaña para reflejar lo que piensa el conjunto de españoles. Y con este tipo de afirmaciones y la introducción de un par de anécdotas jugosas, elevadas a categoría de titular (la princesa tenía un diario y Sabina fue un desagradecido), la línea de contenido escogida por la Monarquía para consolidar su imagen parece que va a estar diseñada en estos términos de folletín, corrala y compadreo.

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