(Una licencia, en memoria de Río)
No cabe duda de que la comunicación entre especies diferentes es posible y, para quienes tenemos la suerte de disfrutarla, adquiere una dimensión especial que supera cualquier argumento antropocéntrico. Ellos están ahí y nos demuestran que ser animal o persona no es algo tan lejano; es más, nos sacan del papel de soberanos del planeta para recordarnos que nuestro conocimiento es limitado, angosto y tiende a oscurecerse cuando despreciamos lo que no sabemos. Ellos saben, y mucho. Saben de interacción y de adaptación, pues son capaces de aprender el código con el que decirnos todo aquello que desean, sin que el lenguaje sea obstáculo. Saben de afecto, por más que una línea de pensamiento rigurosamente científico nos pueda llevar a pensar que tras el cariño máximo solo hay dependencia. Se colocan en nuestras vidas y las llenan. En su papel, que no puede ser menor porque su esencia es grande. Con sus limitaciones, que logran reducir al máximo para encontrar ese hilo que les conduce a nuestro reducto más íntimo.
Su sabiduría es innata y gozan del privilegio de seguir en contacto con una unión de instinto e inteligencia que en nosotros a veces anda coja. Nos ponen a prueba porque en ocasiones su vulnerabilidad es una dura prueba. Nos obligan a estar a la altura, porque al domesticarles el ser humano ha adquirido una deuda histórica con ellos y ya no podemos darles la espalda. Somos mejores seres humanos cuando establecemos una relación de entrega que parece gratuita y que sorprende cuando hacemos la cuenta y nuestra aportación es minúscula: ellos lo entregaron todo.
Gracias, por tanto, amigos, por enseñarnos a ser algo parecido a lo que ven vuestros ojos cuando nos miran. Río no perdió esta mirada en sus 14 años de vida. Su familia le conoció brillante, con 45 días y la despreocupación de saber que el suelo que pisaba no podía ser más seguro. Esta seguridad le ha acompañado hasta el lunes, cuando el brillo no llegó a apagarse y se convirtió en su estela. Río se ha marchado al campo. Está en ese lugar que creamos para nuestros seres queridos, y allí sigue siendo mitad animal y mitad ser humano, porque su interacción con nosotros le dio ese matiz que a él le hizo la vida animal más compleja y a nosotros nos dio una mirada directa desde la esencia ancestral que nos conecta con la tierra.
4 comentarios:
Uy, cuánto lo siento, Marta. Pero tu post es hermoso y lo que dices en él tan, tan cierto. Un saludo.
Gracias, Laura.
Es el perrito de Rafa Cid, quien presentó mi libro, ¿te acuerdas? Una gran persona y su perro, un amigo único.
"Gracias [...] por enseñarnos a ser algo parecido a lo que ven vuestros ojos cuando nos miran". Qué bonita frase Marta, cuánto de verdad hay en ella...
¿Quién me iba a mí a decir que aprendería tanto, no sólo de la vida, sino de mí misma, a través de mi perro? Son lo mejor...
Siento la marcha de Río.
Un saludo.
En "La ciencia y la vida", cuenta José-Luis Sampedro una bellísima historia: Una familia tiene un animal que ha comprado como mascota. Al final, cuando crece, deciden comérselo. Y lo hacen todos, menos el perro.
Saludos,
Diego
Publicar un comentario